Opinión.

La cita es con la historia: la condena a Cristina como acto fundacional del nuevo régimen

La proscripción de Cristina Kirchner no es solo un ataque personal, sino una estrategia para desarticular el movimiento popular que representa

17 de junio de 2025 - 10:20

Nos siguen pegando abajo. Esta columna habla sobre soberanía y desarrollo. Intenta forjar una mirada “glocal” (lo global mirado desde lo local). Me encantaría seguir profundizando esa línea, pero proscribieron a Cristina y, como dicen los amigos de El Gato y la Caja, “ese futuro, de mínima, queda para el otro lado".

El poder no tolera símbolos vivos

La condena no es a Cristina persona, es a lo que ella representa en términos políticos, a lo que condensa, a lo que organiza. Es una señal, un mensaje brutal al conjunto de la sociedad: esto es lo que hacemos con quienes disputan el sentido común neoliberal.

Hay demasiados argumentos para rebatir desde lo jurídico, pero está claro que no se debate derecho. Se debate estrategia, se confronta historia, se intenta domar al cuerpo vivo de un movimiento nacional que permitió hacer de la dignidad su bandera. No hay justicia. Hay castigo y, sobre todo, pedagogía.

El objetivo es claro: parte del Poder Judicial jugó un partido orientado a amputar de raíz cualquier intento de reconstrucción política con vocación de comunidad, de redistribución, de defensa del trabajo, de la soberanía. Cristina representa un dique frente a ello. Material y simbólico. Por eso buscan arrasarla. Con ella buscan arrasarnos.

El mito del fracaso autoinfligido

Es común oír —con tono de lamento— que los partidos políticos (puntualmente los populares) ya no representan, que la gente se hartó, que la crisis de representatividad es irreversible. Sin embargo, se omite lo obvio. Hay una ofensiva estructurada y sistemática para desarticular cualquier forma de organización colectiva.

Tomás Rebord hizo, hace unas semanas, un comentario viral. Uno contra el individualismo del “soltá”, uno en que construyó un alegato en favor del amor y los lazos sociales más elementales. Lo hizo desde la épica del esfuerzo: “Vale la pena la amistad, vale la pena la familia, vale la pena el amor… ¡No son fáciles estas cosas eh!”, dijo y me conquistó. Hay algo ahí, entre el discurso mainstream y la condena a Cristina, entre la “crisis” de los partidos políticos y el cañoneo permanente de las usinas de producción cultural del poder.

No es desafección entonces. Es sabotaje. No es crisis espontánea. Es demolición planificada. A los sindicatos y los sindicalistas se los denigra. A las universidades se las asfixia. A los movimientos sociales se los criminaliza. A la militancia se la patologiza. Eso se conjuga con algo que se fue colando de a poco, por ejemplo, en las geniales denuncias de Matt Groening y el abuelo Simpson en el geriátrico; circunstancia que luego caracterizó con destreza Zygmunt Bauman cuando nos invitó a entender que, en este capitalismo, todo lo que supone lazos fuertes, comunidad y compromiso molesta, debe ser tirado a la basura (“al fregadero” dice el ensayista).

La pedagogía del neoliberalismo no busca convencer. Busca domesticar. Nos quiere solitarios, culposos, frustrados. Con la libido puesta en la pantalla y una montaña de deudas sobre la espalda. Solos y endeudados. Frustrados y sin amor. Si barren a los partidos políticos y a las y los dirigentes populares, habrán consagrado el plan maestro.

El goce dura un segundo (y la angustia en cómodas cuotas)

El capitalismo financiero del siglo XXI no produce tanto bienes como sujetos adictos. Adictos al click, al consumo inmediato, al paquetito que llega con el subidón de dopamina. Un orgasmo breve. Felicidad prestada. Algoritmos que te prometen sentido mientras solo entregan vacío (existencial, identitario).

Esa lógica no admite lo común. Ni lo colectivo. Ni lo organizado. Por eso los partidos populares son un obstáculo. Por eso Cristina, como emblema de una política que todavía pega en el pecho de muchos, molesta. Su figura incomoda porque no se rinde, ni se vende. Porque no ofrece la culpa ni la sumisión como estrategia. Porque insiste con que la política es una herramienta de transformación, no un simulacro. Porque llama al empoderamiento, a la organización con otros, a discutir poder.

El peronismo como anomalía histórica (que quieren cancelar)

Derribar a Cristina es un capítulo más de una historia larga. Lo intentaron con Perón, con Evita, con los obreros, con las mujeres, con los militantes de los ’70, con las universidades, con las Madres y las Abuelas.

Cada vez que lo intentaron, con fusilamientos, proscripción, dictadura, desapariciones, privatizaciones, endeudamiento, miseria planificada; sobrevinieron décadas de infierno para las mayorías. Pero el peronismo, ese bicho raro, siempre volvió.

Por eso ahora quieren otra cosa. Nos quieren vaciar de sentido. Nos quieren volver irreconocibles. Pretenden arrancar nuestras raíces, desfondar nuestra memoria, desguazar nuestra potencia. Cristina es, hoy, ese resto incómodo que no pueden reabsorber. Por eso la necesitan presa. Por eso, miles de pusilánimes escudados en la mediatez que brindan las redes la quieren sin teléfono celular, en una celda.

Saben que no basta la condena, que no alcanza el océano para apagar el fuego sagrado de millones que nos sentimos peronistas, que construimos sentido, identidad y un nosotros a instancias de sabernos una parte ínfima de algo que es más grande que nosotros, que nos trasciende y nos trascenderá. Que es herencia y es cultura. Que es nuestro modo común de sentir la Patria.

Milei, la entrega y la urgencia de una figura

El gobierno actual no improvisa. Tiene un plan. Entregar la soberanía, destruir el Estado, privatizar el suelo, desalojar el sur, ceder el Atlántico. Todo eso requiere, como condición de posibilidad, la ausencia de Cristina. Su silenciamiento. La destrucción del partido vivo más importante de América Latina.

La presencia de Cristina molesta no por lo que dice, sino por lo que impide. Es obstáculo material al proyecto de colonial de los hermanos Milei. Es trinchera. Es escudo.

No es casual que, mientras el país se incendia, el Poder Judicial acelere sus pasos. La condena a Cristina es oportuna. Intentan despejar el campo para disuadir a la política, para recordar a cada dirigente que el precio por resistir puede ser altísimo. Nos quieren mansos y disciplinados, no vaya a ser cosa que tengamos que afrontar el cadalso de un Poder Judicial de corte inquisitivo, cuya imposición de condena comienza con la exposición mediática.

La cita es con la historia

Hay momentos en que todo se concentra. La justicia está armada. No mide con la misma vara a los poderosos del sistema financiero que a quienes han ampliado derechos. Por eso, lo que se juega en esta persecución no es sólo el destino de una dirigente. Es la posibilidad de imaginar una política que no se rinda ante el mercado. Una política que no pida permiso.

Nos siguen pegando abajo. Porque ahí, abajo, sigue latiendo un pueblo que no renuncia a su derecho a la justicia social, al trabajo, a la dignidad. Que todavía se nombra en colectivo. Que no olvida quién estuvo cuando todo se caía.

Por Jerónimo Guerrero Iraola | Abogado

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