Después de semanas agotadoras entre facultad, trabajo y responsabilidades, cualquiera necesita un respiro. La buena noticia para los habitantes de La Plata es que no hace falta irse lejos para cambiar de aires. Nuestra provincia guarda rincones increíbles a pocas horas de las diagonales.
¿La mejor parte? Muchos quedan a un par de horas de casa, y para quienes prefieren olvidarse del volante durante sus escapadas, los micros a Buenos Aires conectan perfectamente con La Plata, permitiendo estirar el descanso hasta el último minuto.
San Antonio de Areco, donde las calles hablan
Este pueblo resiste heroicamente al tiempo, como si hubiera firmado un pacto con la historia para mantener vivo ese pedacito de pampa que Ricardo Güiraldes inmortalizó. Desde La Plata, un viaje de menos de 200 kilómetros nos transporta a un mundo donde artesanos trabajan la plata en talleres centenarios y el mate circula sin prisa en las veredas.
Las pulperías merecen capítulo aparte. Algunas llevan más de cien años sirviendo pasteles criollos que harían lagrimear de emoción a cualquier abuela. Durante fines de semana largos el pueblo se llena, pero incluso en temporada baja conserva ese encanto particular.
Al ritmo del agua en Tigre
Dejamos atrás la ciudad estructurada para sumergirnos en ese laberinto acuático donde las calles son ríos y las veredas muelles de madera. Las lanchas colectivas permiten adentrarse en un mundo donde nadie tiene apuro. Casas sobre pilotes, vecinos saludándose desde canoas... una postal inverosímil a tan poca distancia de la capital provincial.
Después de recorrer canales, vale la pena estirar hasta el Puerto de Frutos donde siempre aparece algún emprendedor ofreciendo licores caseros o alguna excentricidad difícil de encontrar en otro lado.
Chascomús, el vecino de siempre
A veces las mejores cosas suceden cerquita. A apenas 82 kilómetros de las diagonales platenses, Chascomús abre sus puertas con esa laguna que parece mar en días ventosos. Durante décadas fue el escape por excelencia para familias platenses y hoy sigue cautivando a nuevas generaciones.
Una caminata por su casco histórico revela construcciones coloniales bien conservadas, mientras la costa de la laguna ofrece el lugar perfecto para asados que empiezan con mates y terminan con atardeceres sobre el agua.
Tandil entre sierras y salamines
Aunque requiere más esfuerzo llegar —unos 350 kilómetros—, pocas cosas igualan despertar con vista a las sierras bonaerenses. Tandil rompe con esa idea de que nuestra provincia es toda llanura, ofreciendo paisajes que parecen de otra geografía.
Imposible no mencionar su producción gastronómica. Los quesos y salamines tandilenses han ganado fama nacional con sobrada justicia, mientras productores artesanales abren sus puertas para explicar procesos que llevan generaciones perfeccionándose.
Estos rincones bonaerenses prueban que a veces, la mejor aventura está esperando a la vuelta de la esquina.