Opinión.

El cientificidio de los hermanos Milei: encerrarnos en la jaula y arrojar la llave al mar

Construir nuestras propias cadenas. Cerrar la jaula y arrojar la llave al mar. Como si el futuro pudiera prescindir de quienes lo piensan, de quienes lo diseñan, de quienes lo sueñan

29 de abril de 2025 - 16:00

Argentina atraviesa hoy un cientificidio. No se trata de un ajuste aislado ni de un recorte coyuntural: estamos ante un plan sistemático de destrucción de las capacidades soberanas de conocimiento, ciencia y tecnología. No es una exageración. Es una tragedia medida en personas, en proyectos truncos, en saberes que se fugan.

Los datos son brutales; en tan solo un año, el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) perdió 3.666 puestos de trabajo. El CONICET, nuestro principal organismo de investigación, sufrió el despido o no renovación de 1.314 trabajadores: becarios, científicos, técnicos, administrativos. El presupuesto destinado a ciencia y técnica cayó a un 0,157% del PBI, un piso histórico incluso más bajo que el registrado en el fatídico 2002 (0,177%), lo que representa una caída del 47,2% en términos reales desde 2023.

No son solo números, son proyectos de investigación que se abandonan. Son líneas de estudio que terminan en forma abrupta, destruyendo todo el capital científico construido. Son laboratorios que cierran, son científicos que hacen las valijas. Es la certeza de que, como país, empezamos a renunciar a pensar nuestro propio porvenir. Sin ciencia no hay independencia, sin independencia no hay soberanía.

El cientificidio de los hermanos Milei

El cientificidio no es un daño colateral, es un eslabón más del plan de entrega que los hermanos Milei llevan adelante con precisión quirúrgica. La ciencia es el camino a la emancipación argentina y, por tanto, no les sirve a los Elon Musk de la vida -los verdaderos jefes del autopercibido “león”-. La ciencia incomoda porque propone alternativas, la ciencia interroga el presente y diseña futuros.

Con la misma lógica que se destruye la educación pública, que se entregan los recursos naturales, o nos pone de rodillas en términos de ejercicio diplomático de la soberanía, se ataca al sistema de ciencia y técnica. Una Nación sin investigación y desarrollo científico queda condenada a la dependencia eterna. Consumidora pasiva de tecnología ajena, esclava de las potencias que sí invierten en conocimiento.

No hay plan de desarrollo posible ni viable sin soberanía tecnológica, no hay soberanía tecnológica sin un sistema científico fuerte. Es así de simple, es así de brutal.

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Estamos a tiempo. Comprender nuestro tiempo

Todavía estamos a tiempo; el cientificidio que intentan consumar no es inexorable. Argentina posee un entramado de investigadores, técnicos, becarios y universidades que, pese al ajuste, siguen construyendo posibilidades. Agrupamientos a lo largo y ancho del país, como la Red de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología (RAICYT), que están pensando cómo evitar esta crónica de una tragedia anunciada.

Atravesamos la cuarta revolución industrial: inteligencia artificial, biotecnología, nanotecnología, energías renovables, computación cuántica. Los Estados que sean capaces de añadir eslabones de conocimiento a las cadenas de valor, serán aquellos que queden mejor posicionados para los desafíos presentes y futuros de este mundo en transición. Por el contrario, aquellos que renuncien a tener ciencia propia renunciarán a participar de esa revolución. De seguir así, estaremos condenados a exportar materias primas baratas e importar conocimiento caro.

Muchas de las grandes transformaciones que hoy marcan el pulso de nuestras vidas, como Internet, el GPS, las baterías de ion-litio, o el protocolo HTTP que usamos todos los días, nacieron de la inversión pública en ciencia. Como invita a pensar Mariana Mazzucato en su clásico (¡y de lectura obligatoria!) “El Estado Emprendedor”, no fueron empresarios improvisados en un garaje, fueron Estados que apostaron a la inteligencia de su gente.

Argentina tiene todo para ser parte de esa nueva era. Talento en cantidades insospechadas, universidades de excelencia, experiencia en desarrollos de alto impacto. Necesitamos políticas que defiendan ese capital estratégico.

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Un sistema que defender

Hoy, la responsabilidad histórica cae sobre los hombros de los legisladores y dirigentes políticos que somos oposición a este plan sistemático de entrega de la soberanía. No alcanza con discursos o declaraciones. Hay que construir herramientas legislativas para proteger al sistema de ciencia y técnica. Hay que acompañar los planteos judiciales de aquellos representantes del sector que emprendan batallas contra este cientificidio.

El proyecto presentado en la Cámara de Diputados para blindar presupuestariamente al CONICET y a los organismos de investigación debe ser una prioridad absoluta. No es un tema sectorial ,no es una pelea corporativa, es la discusión sobre qué país vamos a ser. La inversión en ciencia y técnica es la mejor opción para una Argentina que lidere y marque el pulso de la cuarta revolución industrial.

Sin ciencia y técnica no hay desarrollo, sin desarrollo no hay una Argentina para los casi 50 millones de compatriotas. Cuidar la ciencia es cuidar la soberanía, es proteger la posibilidad de construir una economía inteligente, diversificada, moderna. Es asegurar que nuestros hijos puedan crecer en un país que no se limite a ser "el granero del mundo" o una gran mina a cielo abierto, sino que sea parte activa del siglo XXI.

Hoy, frente al cientificidio, no alcanza con la denuncia, hace falta acción política. Hace falta defender la ciencia con la misma pasión con la que defendemos la democracia. Los hermanos Milei pretenden encerrarnos en una jaula y arrojar la llave al mar. Impedirlo es el imperativo de nuestra época.

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