"Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla." Esa frase, atribuida a San Martín, resuena con una fuerza renovada frente al plan sistemático de entrega de la soberanía nacional que se despliega hoy en la Argentina. La soberanía no es un concepto abstracto. Es la posibilidad real de decidir sobre nuestros bienes comunes, nuestro trabajo, nuestros saberes, nuestro futuro. Es gobernar desde el propio interés colectivo. Es decirle que no a los poderes que quieren dictar desde afuera el rumbo de nuestras vidas. Es, en el fondo, la condición misma para ejercer una democracia plena.
Vender la tierra, vender la Patria
Cuando el gobierno de Javier Milei intentó suprimir la Ley de Tierras para permitir la extranjerización sin límites del suelo argentino, dijimos basta. La justicia, tras un amparo que impulsamos con CECIM La Plata, frenó el intento. La tierra no es mercancía. Es sustento, historia, identidad. Lo que se ponía en juego era la posibilidad de que corporaciones trasnacionales controlen nuestros territorios, recursos hídricos y productivos. El fallo que logramos es una victoria puntual, pero la amenaza sigue latente.
La venta de la tierra implica, en los hechos, la renuncia a decidir sobre nuestro suelo y sobre lo que en él se produce. Deja a comunidades enteras expuestas al desarraigo, al extractivismo, a la lógica rentística. No hay soberanía posible cuando los mapas son diseñados desde la especulación extranjera.
Glaciares: el agua en disputa
Otro frente abierto. El DNU con el que Milei pretende desregular la protección de los glaciares. Es decir, dejar expuesta el agua del futuro a la voracidad minera. Donde hay glaciares, hay vida. Donde hay extractivismo sin límites, hay saqueo. Milei quiere transformar reservas estratégicas en activos para la rapiña internacional. Los glaciares, que protegen el ciclo hídrico y alimentan nuestras cuencas, necesitan más Estado, no menos.
Defender los glaciares es defender la vida. Es proteger la reserva más grande de agua dulce que tiene el país. Es asumir que el agua no puede estar al servicio de la especulación financiera, sino del pueblo que la necesita para vivir y producir. En todo caso, es imperioso que nos demos un debate serio en el ámbito en que esto debe discutirse: el Congreso de la Nación.
Tierra del Fuego y la bicontinentalidad
La avanzada sobre Tierra del Fuego completa el cuadro. El vaciamiento del régimen industrial fue apenas el principio. Las declaraciones de Milei sobre la supuesta "inutilidad" de sostener una presencia activa en el Atlántico Sur coinciden con la visita de Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos. Hay un claro intento de debilitar la soberanía sobre la Antártida, las Islas Malvinas y toda la plataforma bicontinental. Ceder en Tierra del Fuego es ceder posiciones sobre un futuro no tal lejano en el que se debatirá el régimen jurídico antártico.
La presencia en el sur debe ser una política de Estado, signada por una visión profundamente estratégica, que reconozca que allí se juega nuestro desarrollo, el control de las rutas comerciales (el paso bioceánico), nuestros recursos naturales, nuestra posibilidad de tener un rol preeminente en el concierto de las naciones. Retirarse es entregar el tablero geopolítico a quienes ya tienen planes para ocuparlo.
Banco Nación: intento de privatización frenado
El intento de transformar al Banco Nación en Sociedad Anónima es otra postal del saqueo. Buscan convertir una herramienta de crédito público y apalancamiento productivo en un instrumento del capital financiero internacional. Un grupo de trabajadores nucleados en la Asociación Bancaria, promovieron una acción judicial que frenó este atropello. El fallo fue claro. No se puede cambiar la naturaleza del banco público por decreto. No se puede rifar la soberanía financiera a partir de una decisión no deliberada e inconsulta del Presidente.
El Banco Nación no es un banco más. Es una herramienta estratégica para financiar a pymes, cooperativas y productores. Permite dotar de irrigación a toda la red federal de desarrollo. Privatizarlo implicaría dinamitar el puente entre el sistema financiero y la producción nacional. Es dejar a la Argentina sin timón financiero propio en medio de un mundo cada vez más tormentoso.
Cultura bajo ataque
El vaciamiento del INCAA y del Instituto Nacional del Teatro es un eslabón más de la cadena de destrucción soberana. Atacar la producción cultural es atacar nuestra identidad. Es quitarle al pueblo la posibilidad de narrarse, de pensarse, de reconocerse. Sin cultura, la nación se vacía de sentido. La soberanía también se defiende en las pantallas, en los escenarios, en cada libro que no se imprime, en cada voz que cobra relevancia.
Una nación que delega la producción cultural es una nación colonizada. Defender las usinas culturales es defender nuestra lengua, nuestra memoria, nuestras preguntas. Es garantizar que tengamos algo para decir frente al ruido uniforme del mercado global.
El cientificidio
El recorte brutal al CONICET y al sistema nacional de ciencia y tecnología tiene nombre: cientificidio. La decisión de dejar sin becas, sin proyectos, sin presupuesto a miles de investigadores y trabajadores del conocimiento no es una torpeza. Es una estrategia. Argentina no puede disputar el siglo XXI si entrega su soberanía del saber. Sin ciencia nacional, no hay desarrollo. Solo dependencia.
La soberanía tecnológica no es una quimera. Se construye con planificación, con inversión, con política pública sostenida. Desfinanciar la ciencia es condenarnos a entrar de rodillas a la cuarta revolución industrial.
CAREM: desactivar la energía del futuro
El freno al proyecto CAREM, el primer reactor nuclear de potencia diseñado y construido en el país es un ejemplo brutal de sabotaje a la soberanía energética. El CAREM no es solo un hito tecnológico. Es una apuesta a la capacidad de Argentina de producir energía limpia, segura y propia. Dejarlo en suspenso es regalar la matriz energética a intereses externos.
La energía es poder. CAREM no es apenas un reactor. Es soberanía científica, industrial, económica. Es mostrar que somos capaces. Abandonarlo es más que un error, es directamente un acto de claudicación.
Un plan sistemático de entrega
Estos hechos no son aislados. Son eslabones de una misma cadena. Una estrategia coordinada para desmantelar la soberanía nacional en sus diversas dimensiones: territorial, económica, cultural, científica, financiera, productiva. Un verdadero plan sistemático de entrega, que encuentra en los hermanos Milei sus ejecutores más serviles. El endeudamiento externo completa la escena: se construye así una Argentina hipotecada, sin herramientas para decidir su destino.
El modelo que se pretende imponer no es nuevo. Tiene sus manuales, sus lobbistas, sus operadores. Pero esta vez, el nivel de velocidad, brutalidad y cinismo y crueldad es inédito. Exige, por tanto, una respuesta a la altura.
Defensas activas, pueblo en movimiento
Como decía San Martín, todo está permitido excepto no defenderla. Cada una de estas agresiones ha encontrado resistencias: amparos, movilizaciones, redes de solidaridad, articulación institucional. No alcanza con indignarse. Hay que organizarse. A su vez, es imperioso que desarrollemos el plan alternativo, que le contemos al pueblo que otro mundo es posible.
Defender la soberanía es hoy un imperativo histórico. No como consigna vacía, sino como praxis concreta. Desde La Plata, desde cada barrio, desde cada trinchera que sepa que el futuro no se entrega.
Hay que construir una mayoría consciente de que Patria y soberanía no son palabras viejas. Son las únicas palabras que nos permitirán seguir escribiendo historia con letra propia. Sin soberanía no hay justicia social. Sin justicia social no hay democracia. Sin democracia, solo queda servidumbre.
Por Jerónimo Guerrero Iraola | Abogado